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18 de diciembre de 2009

Borda III


Aún hoy, luego de tantos años, no comprende bien porqué está en este lugar, convencido de que lo suyo fue '...servir a la Patria hasta las últimas consecuencias...', tal como fueron las órdenes que había recibido, y siente que cumplió con su deber.
Cuando lo llamaron para hacer la 'colimba', se entusiasmó con la posibilidad de conocer alguna parte del país que no fuera el barrio Destilería, ése suburbio de La Plata donde había nacido y de donde nunca había salido; pero ahí estaba el televisor blanco y negro de su casa paterna, para mostrarle lugares lindos y que él siempre quiso conocer. No tenía dudas, su vida daría un vuelco. (Nadie le había dicho que éste sistema no da segundas oportunidades).
A los tres meses, sin entrenamiento ni capacitación lo envían a la guerra, le dijeron solemnemente que "El honor de la Patria estaba en sus manos". En su desconcierto cree que es demasiada responsabilidad, pero está dispuesto hasta dar la vida antes de que alguien pudiera llamarlo cobarde, porque en su barrio de casas de madera y agua contaminada, esa palabra no se perdona.
Jamás pensó que la guerra fuera lo que vivió en esas islas que casi nadie le había nombrado ¡¡¡y eso que había terminado el primario !!!. En el frente fue humillado por sus oficiales por su impericia para matar, su idea de enfrentar al enemigo, no incluía disparar a un herido ni a un desarmado, estaquear a un compañero por orden superior no se correspondía con lo que le había dicho su padre antes de partir sobre el coraje y el patriotismo. Para poder llevar a cabo algunas órdenes, trató de convencerse que aquellas palabras con que lo había despedido ese hombre de mameluco que el admiraba estaban equivocadas, pero no podía contener el llanto ante lo que estaba viviendo. Cuando esos mismos oficiales -que él nunca vio en el frente- le dan la orden de rendirse, pensó en su padre, en su barrio y en la vergüenza que sentiría si algún día volvía a ver a su familia.
Su confusión se convirtió en alteración al volver. Claro, esperaba otro recibimiento, pero no ¡¡¡ni trabajo le ofrecieron!!!. Se encerró en si mismo y no salía de su casa sino de noche, cuando nadie lo veía, deambulaba hasta la madrugada por el centro de La Plata y no hablaba con nadie, tenía pesadillas y se despertaba angustiado. Una de esas noches algo estalló ante sus ojos, no dudó un instante, tomó el primer palo que encontró en la vereda y rompió esa vidriera escandalosa, avanzó decidido, como cuando estaba en Malvinas, y golpeó hasta el agotamiento ese auto que tenía sobre su motor la bandera inglesa. Buscó a sus enemigos por todos lados, pero no los encontró, aunque estaba decidido a hacerles frente, en cada golpe que daba con furia nombraba a algún compañero de los tantos que había visto morir en las islas, y, sintió, por primera vez, que estaba cumpliendo con su deber.
Cuando la policía entro a la concesionaria de Land Rover y lo detuvo, él les gritaba que era argentino y que no se rendía. Llegó una ambulancia, alguien le inyectó algo. A los 30 días estaba en el Borda.
Hoy su padre se siente culpable porque nunca juntó el coraje para decirle que los mismos que lo mandaron a la guerra, hoy se pasean en una 4 X 4 de esa marca inglesa. Pero siente orgullo por ese hijo, por ese héroe injustamente olvidado en un hospicio para locos.

A Walter y a todos los soldados caídos en Malvinas.

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