LA MURALLA TOMA PARTIDO POR NUESTRAS RAÍCES.

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20 de diciembre de 2009

Borda V


A veces, caminando por esos enormes pasillos, le parece que son los mismos donde pasó su juventud y se siente protegido, pero los lamentos y gritos no son como los cantos gregorianos a que estaba acostumbrado y eso lo hace titubear, y hasta en algunos momentos, su mente obnubilada roza la realidad, pero enseguida cierra los ojos y reniega de lo que ve, le produce pánico pensar que está ahí, justo él, que siempre creyó que estaba amparado por los miles de padrenuestros y ave marías rezados durante tantos años.
Cuando sus alucinaciones empezaron a manifestarse, no se preocupó, estaba seguro que serían cosas pasajeras, producto del encierro o de esa vida opaca, monacal, sin altibajos ni sobresaltos, por suerte -pensaba- esta vida de dedicación, este comportamiento puro serían sus salvoconducto a la dicha eterna y sus trabajos en la congregación, le aseguraban que serían valorados sus denuedos y premiados sus sacrificios con una vejez digna de sus investidura.
Su inclinación por la literatura nunca fue bien vista por sus pares, habiendo tantas obras celestiales para leer, ¿porqué encontrar placer con Calderón de la Barca, El Quijote, Juana de Ibarburu y hasta con la pecadora Alfonsina ?. Algunos superiores opinaban en voz baja que esas actitudes extrañas que habían empezado a manifestarse en él y que, al principio fueron esporádicas pero que llegaron a ser casi diarias, se debían a esas lecturas demasiado pecaminosas para los que han hecho, de la abstinencia, un juramento.
En la soledad de su celda, Bach, Mendelson y Wagner lo ayudaban a escapar de las pesadillas, pero no le alcanzaron, las actitudes erráticas se sucedían, no las podía controlar ¡justo él! que toda su vida la había basado en controlar sus impulsos, sus emociones, a negar el cuerpo y sus exigencias.
Cuando al final lo llevaron al Borda, sufrió profundamente esa realidad, trataba de refugiarse en la oración, pero la respuesta esperada no llegaba y a través de los años se convenció que lo habían abandonado y el proceso de deterioro se aceleró hasta el abandono de su persona.
Todo sucio y andrajoso sobrevive en ese horror, cuando el día está soleado lo buscamos por el parque, rodeado de gatos y con su boina roja, con sus piernas cruzadas y sus brazos abrazándose como quien no quiere salir de su caparazón. Sus pares de la congregación hace años que se desinteresaron de él, sus ropas son las que les damos los ateos que lo visitamos y a veces, a modo de agradecimiento, nos recita parte de algunas oraciones en latín, esas que tantas veces repitió frente al altar.

Al padre César.

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