LA MURALLA TOMA PARTIDO POR NUESTRAS RAÍCES.

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29 de septiembre de 2010

El hombre y su alma


De sabihondos y suicidas III)

Quizás sea una chiquilinada, pero durante nuestras reuniones, nunca falta alguna historia amorosa vivida por alguno de nosotros en la que conseguíamos ‘levantarnos’ a alguna compañera, lo que sucedía a menudo, ya que tanto ellas como nosotros teníamos problemas para poder entablar romances con alguien que no fuera de la organización, el impedimento de explicarles de que trabajábamos, el porqué de nuestros viajes o las veces que no las veíamos por semanas sin poder explicar nuestras ausencias, todo boicoteaba las relaciones que entablábamos con personas ajenas a la militancia, además si conocíamos a alguien que pertenecía a otro partido u organización, la dirección nos llenaba de temores sobre la posibilidad de que sea una ‘infiltrada’ que quería sacarnos información o cosa por el estilo. El asunto era que durante la lucha nacían romances que también tenían sus dificultades, ya que por ejemplo, nos era muy difícil de manejar esa actitud protectora que teníamos con nuestras compañeras de militancia y que se desarrollaba aún más si esa compañera era nuestra novia, y que a ellas les molestaba bastante generalmente, ya que se suponía que durante cualquier actividad el riesgo debía ser compartido sin distinción de sexo, para nosotros era muy difícil lidiar con esas cosas, nuestra educación burguesa no siempre superada sobre la ‘obligación’ del hombre a ser el ‘macho protector y proveedor’ que nos inculcaron desde chicos, se sumaba la sensación de que ellas sentían la misma contradicción, aunque tampoco la aceptaban en público, sentirse cuidadas por los compañeros les daba tranquilidad, aunque durante las reuniones nos criticaban esa actitud y nos exigían ser tratadas por igual.

Como había diferentes niveles de riesgo, ya que una cosa era, por ejemplo, entrar a un supermercado y meter una pelotita de ping-pong llena de ácido dentro de los bidones de 5 litros de kerosene que se vendían en ese momento para las estufas y cocinas, hecho que se hacía media hora antes del cierre, para que a las 2 horas, ya disuelta la pelotita, el ácido entraba en contacto con el kerosene y el fuego estaba garantizado y sus propagación rápida también, dándonos 1 hora y media de tiempo para irnos lo bastante lejos del objetivo cuando eso ocurriera, y otra era desarmar a un policía para quedarnos con su arma en una esquina, lo que podía salir eventualmente mal y el resultado podía ser un compañero baleado o muerto. En el primero de los casos, habitualmente entraban una pareja al negocio tomados de la mano, ya que se suponía que de esa forma se evitaba la posible desconfianza de la gente de seguridad y además servía para que, cuando uno se agachaba para abrir el bidón y tirar la pelotita de ping-pong, la compañera lo cubría con su cuerpo para evitar que la maniobra sea vista por alguien. Esas acciones fomentaban la camaradería, ya que también se compartían pequeños secretos entre ellos que no debían ser comentados con nadie de la organización ya que no estaban permitidos, aunque todos los conocíamos, como por ejemplo, pedir un pollo hecho al spiedo con papas fritas en el sector de ‘rotisería’, tomar una gaseosa de la góndola, poner todo en una bolsa y pasar por el baño, donde uno se comía todo, se tomaba la gaseosa y tiraba los restos en el cesto del baño, se lavaba las manos (se comía sin cubiertos), luego llegaba a la caja con un paquete de yerba para no despertar sospechas, y luego salir del supermercado ambos y llegar al punto de control felices y sonrientes, con le objetivo cumplido y el estomago lleno sin haber pagado por lo comido, que si bien sabíamos que de esa forma no le haríamos ni cosquillas al sistema, era una pequeña revancha que nos tomábamos y que nos hacía sentir bien.

Pero volviendo al tema de la relación con nuestras compañeras, todo el ambiente que se vivía propiciaba los noviazgos; la cantidad de horas que pasábamos juntos; las coincidencias ideológicas: los riesgos que compartíamos y los momentos en que nos tocaba simular ser una pareja, tanto para ser correo y llevar periódicos de la organización y no tentar a los milicos que nos paraban a los hombres solos por ‘portación de cara’ y nos revisaban en plena calle. En esos momentos caminábamos tomados de la mano o del hombro pero si la idea que teníamos en mente era avanzar en la relación, se apretaba mas fuerte de lo razonable la mano de la compañera o distraídamente se la acariciábamos levemente para esperar la reacción, y si el sentimiento era correspondido, aunque nunca lo hubieran hablado, ella respondía oprimiendo la mano del compañero, y si, además remataba la acción regalándole una sonrisa luminosa al mirarse ambos a los ojos, no hacía falta que fueran necesario demasiadas palabras posteriormente para iniciar una relación. A partir de allí, la cosa se complicaba pero esta vez con el responsable del grupo, ya que a partir de ese momento debía tratar de no darles actividades juntos, pues se suponía que se distraerían cuidándose demasiado mutuamente y eso entorpecía el cumplimiento del objetivo, ponía en peligro por consiguiente la vida de ambos y se perdía concentración.

Si bien era obligatorio blanquear toda relación afectiva entre los militantes ante la dirección, también era cierto que eso no siempre se cumplía, ya que se corría el riesgo de que a uno de los dos lo trasladaran a otro lugar y eso, inevitablemente, evitaba que se vieran asiduamente.

Este tipo de amores, nacidos al calor de la lucha, si bien estaban teñidos de militancia, también contenían grandes dosis de compañerismo, admiración y afecto profundo y leal.

Desgraciadamente, la cárcel, el exilio y los viajes y traslados forzados a los que nos veíamos obligados, debilitaban la relación y muchas de ellas se frustraron, aunque a pesar de eso, en algunas ocasiones una de las partes, o ambas, no pudo olvidar lo vivido y peor era cuando fue la muerte de alguno de la pareja, caído en combate lo que produjo la separación.

Las historias, entre nosotros, ya veteranos a quienes, como diría Borges, hablando de la vejez, “ya se nos murió el animal o se está muriendo y solo nos queda el hombre y su alma”, son habituales y si bien la chica que perdimos se convierte de ‘linda’ en ‘hermosa’ producto de nuestra fantasía y tendencia a sobrevalorar lo perdido (¿Qué explicación nos daría el viejo Sigmund a esto?), y el resto del grupo lo sabemos, pero como nos ocurre lo mismo con nuestros recuerdos, los aceptamos como lo cuenta el compañero y a nadie se le ocurre mencionar, ni en broma, la exageración de la realidad, y todos asentimos con la cabeza porque respetamos los recuerdos y al compañero, o tal vez porque nuestros hijos y nietos ponen cara de aburridos si intentamos contarles nuestras historias y empezamos a sentir que ya es tiempo de pensar en entregar la antorcha.

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