Sería una perogrullada decir que en la cárcel el dolor tiene una
presencia omnipresente, porque, al dolor de ser humillado, golpeado y
torturado, se agrega el de ser alejado de los seres que nos importan, nuestras
familias, nuestros compañeros, y aunque todos se esfuerzan en hacernos sentir
acompañados, el ser humano necesita, además, el contacto corporal, ese abrazo
interminable que nos damos los que logramos salir con vida de ese encierro
siniestro. Esas ganas de trasmitir al otro el agradecimiento por la contención
epistolar, esas pintadas que florecen por todo el país exigiendo la libertad de
los presos políticos y que nos emocionan tanto al salir y leerlas viajando en
colectivo (una vez encontré a un muchacho que se quedó cerca de 15 minutos
leyendo una pintada de esas y por eso me dí cuenta que era un liberado
reciente). Todas las emociones están presentes en ese abrazo, y también esas
ganas de gritar que no salimos vencidos, que las ganas de derrotar a la
dictadura sigue intacta y que el compromiso con nuestra clase es inalterable.
Todo esto es inútil tratar de que lo entienda un represor, su condición
de renegado de su clase, su obligación de reprimir una marcha o una huelga
porque una orden superior así lo exige, aunque en esa manifestación esté su
padre o su hermano, hace a su condición de mercenario al servicio de su propio
enemigo.
Alguna vez, cuando alguien, desde su celda contaba un chiste en voz alta
para que lo escuchemos todos detrás de otras rejas y se escuchaban las risas
del resto de las celdas aunque no nos veíamos, porque están alineadas, entró al
pabellón un guardia cárcel y entre molesto y asombrado nos preguntaba en voz alta y de mal tono “…y
ustedes, ¿de que se ríen?”, alguien le contestó que nos reíamos porque
estábamos vivos y otro agregó “…porque nosotros nos vamos a ir de acá, en
cambio vos estás condenado a estar encerrado toda la vida”.
Los guardias no pueden entender que la lucha es alegría, porque ellos no
luchan por un ideal, a ellos los
disfrazan con un uniforme vergonzante y se transforman en sirvientes de una
institución desprestigiada para hacer el trabajo que ningún ser humano que se
respete aceptaría hacer, y hacer esa tarea para la dictadura, hace retroceder
al hombre hasta andar en cuatro patas.
Luego de tanto tiempo que nos separa de aquellos años, hoy nos
planteamos que en realidad lo asombroso e incomprensible es que esos seres
puedan encontrar un motivo para dibujarse una sonrisa en la cara.
Ramiro Ross
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