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19 de diciembre de 2012
CRONICAS CARCELARIAS
CRONICAS CARCELARIAS
El Ortiba
Si hay algo que le molesta sobremanera al Servicio Penitenciario es que los detenidos se reúnan y hablen entre sí, ellos suponen que el guardia-cárcel debe enterarse de todo lo que hacen y piensan los presos, es mas, se ufanan de eso, y creen que con 2 o 3 delatores que tienen camuflados en cada pabellón les alcanza para enterarse de cualquier cosa que supuestamente estén tramando tras las rejas. Demás está decir que eso esta muy lejos de la realidad, un delator se detecta en unas pocas semanas al convivir con él, su actitud soberbia para con sus compañeros de celda, sus posibilidades de conseguir cosas que para el resto están vedadas, el hecho de que jamás es castigado, y cuando, para no despertar sospechas lo castigan, estos castigos son tan livianos que siempre terminan despertando sospechas entre la población carcelaria.
Una de las tantas formas que se tiene en una cárcel para conectarse con otros compañeros es usando ‘el Ortiba’, que no es otra cosa que un palo o una lapicera birome a la que se le calienta un extremo con un encendedor o en una hornalla y sobre el plástico derretido se le aplica un trozo de espejo y de esa forma quedaba armado una especie de periscopio artesanal para ver, sacándolo entre las rejas, si viene el ‘cobani’ y hacer poder hacer cosas que serían severamente castigadas si nos encontraban haciéndolas. Ese aparato nos permitía enviar una paloma (un hilo con un mensaje escrito en un papel, al que se le agregaba algo mas pesado para que el viento no se lo lleve y pasarlo a otros compañeros de pisos inferiores por las ventanas externas de la cárcel). También se usaba para que algún compañero desde otra celda y a través del idioma de las manos le pasara información a otro que se encontraba distante para que éste luego la compartiera con el resto, como las novedades de los abogados o cualquier otra cosa que sea de interés general. En algún momento se había popularizado tanto que se jugaban partidas de ajedrez con compañeros que jamás habíamos visto y hasta textos tan largos que en el lado receptor se ocuparan dos compañeros, uno mirando por el ortiga, iba deletreando el mensaje y otro lo escribía para luego armar las frases.
Sin dudas, cuando el ser humano siente la necesidad de comunicarse, no hay fuerza represiva que lo pueda impedir.
Ramiro Ross
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